22 junio, 2022
Cada vez que abrimos el clóset, lo último en lo que pensamos es en petróleo, gas o microplásticos. Pero ese abrigo nuevo, esa polera de oferta o ese par de leggings que compramos la semana pasada probablemente están hechos, en parte, de derivados fósiles. Y lo más preocupante es que ni siquiera lo sabemos. La industria de la moda —en particular la de la fast fashion— se ha convertido en una de las principales amenazas ambientales del planeta, no solo por su sobreproducción, sino por el uso intensivo de plásticos en sus fibras.
Según el documental El Monstruo en Nuestro Clóset, producido por Patagonia Films, el 70% de nuestra ropa contiene plástico, y se estima que para el año 2030 esa cifra alcanzará el 73%. Hablamos de fibras como el poliéster (PET), nailon o acrílico, que si bien ofrecen elasticidad, durabilidad y bajo costo, también provienen directamente del petróleo crudo. Es decir, mientras intentamos eliminar las bolsas plásticas o los envases de un solo uso, seguimos vistiéndonos con plásticos invisibles que contaminan ríos, océanos y el aire que respiramos.
El problema es doble: por un lado, la producción de estas fibras genera altas emisiones de gases de efecto invernadero. Por otro, cuando lavamos nuestra ropa sintética, liberamos millones de microfibras plásticas que terminan en el mar, afectando la biodiversidad y entrando incluso en la cadena alimentaria. Según datos de la ONU, cada año se liberan más de 500 mil toneladas de microfibras al océano, el equivalente a más de 50 mil millones de botellas plásticas.
¿Y cuál ha sido la respuesta de las grandes marcas? En muchos casos, campañas de marketing “verde” que promueven productos supuestamente sostenibles, pero sin cuestionar el modelo de consumo masivo que los sostiene. Es cierto que iniciativas como Worn Wear de Patagonia o la incorporación de fibras recicladas ayudan, pero no bastan si no cambiamos el paradigma: menos ropa, más conciencia, más regulación.
Chile, como consumidor creciente de moda, no puede seguir ajeno a esta conversación. Urge que las autoridades impulsen etiquetado obligatorio de materiales, incentivos a la economía circular textil y restricciones a la importación de prendas de baja durabilidad. Y nosotros, como consumidores, debemos dejar de premiar con nuestras compras a quienes producen barato contaminando mucho.
La próxima vez que veas una oferta irresistible en vitrina, recuerda esto: esa prenda tal vez cueste $5.000, pero su huella en el planeta es incalculable.
Rodrigo A. Longa T.