12 julio, 2022
Chile se ha convertido en la joya prometida del hidrógeno verde. Con una de las mayores radiaciones solares del planeta y vastas extensiones de terrenos despoblados en la macrozona norte, los discursos sobre la “transición energética” y el desarrollo de energías limpias no han hecho más que multiplicarse. El reciente coloquio organizado por el Primer Tribunal Ambiental sobre hidrógeno verde y energía solar en Antofagasta refuerza esta narrativa de optimismo técnico y progreso sostenible.
Pero debemos preguntarnos con espíritu crítico: ¿es realmente sustentable este modelo que nos prometen? ¿O estamos simplemente frente a una nueva versión del extractivismo energético, solo que con paneles solares y electrolizadores?
Chile aspira a producir 25 millones de toneladas de hidrógeno verde al año hacia 2050, según el Ministerio de Energía. Para lograrlo, se requerirá una inversión estimada de $330.000 millones de dólares, con megaplantas que consumirán ingentes cantidades de agua, energía y territorio. Esto es especialmente alarmante en zonas como Antofagasta, Tarapacá y Atacama, donde ya existe un profundo estrés hídrico y donde las comunidades locales han sido históricamente marginadas de las decisiones energéticas.
La paradoja es evidente: para producir “energía limpia” se pretende intervenir ecosistemas frágiles, desplazar comunidades rurales y consumir agua dulce o desalinizada a gran escala, en un territorio que ya sufre los efectos del cambio climático. A esto se suma que la mayoría de los proyectos de hidrógeno verde están pensados para la exportación, no para garantizar la autonomía energética nacional o la electrificación de zonas postergadas.
Y mientras se multiplican los coloquios académicos, como el organizado por el tribunal ambiental, no hay una hoja de ruta clara para incorporar la voz de las comunidades, los pueblos originarios o los gobiernos locales en esta nueva fiebre energética. ¿No aprendimos nada del pasado con el cobre, el litio o la pesca industrial?
No se trata de oponerse al hidrógeno verde o a la energía solar. Se trata de exigir que esta transición energética sea justa, participativa y verdaderamente sostenible. De lo contrario, estaremos cambiando una matriz fósil por una verde, pero manteniendo intactas las lógicas de desigualdad, centralismo y extractivismo.
Rodrigo A. Longa T.